Hacia una lectura mormona de los cuentos de hadas

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«Si desean que sus hijos sean inteligentes, léanles cuentos de hadas.
Si desean que sean más inteligentes, léanles más cuentos de hadas»
Albert Einstein

«El sentido más profundo reside en los cuentos de hadas que me
contaron en mi infancia, más que en la realidad que la vida me ha enseñado»
Friedrich Schiller (1759-1805), Die Piccolomini, III, 4

Mario R. Montani

Permítaseme relatar la siguiente historia de H. Parker Blount, tal como aparece en Sunstone:

«Había una vez un anciano con su es- posa y tres hijos. El viejecillo fue ad- vertido en un sueño que partiera con su familia y se escondiera pues ocu- rrirían cosas terribles en la ciudad donde vivían. De modo que empacaron sus pertenencias y entraron a un bosque obscuro donde la luz apenas brillaba y habitaban los duendes. Allí, el anciano tuvo un segundo sue- ño en el que se le dijo que debía en- viar a sus hijos de regreso a la ciudad para obtener el Libro de los Misterios guardado por un ogro poderoso.

Los hijos retornaron a la ciudad y conferenciaron sobre cómo obtener el libro. El hermano mayor dijo, «Vayamos y pidámoslo al ogro». Así lo hicieron y tuvieron que correr para salvar sus vidas. El segundo hermano dijo, «Comprémoslo con oro». El ogro se quedó con el oro, el libro y casi con la vida de los hermanos, que debieron huir nuevamente. Los hermanos mayores, al ver fallidos sus planes, desearon abandonar el asunto, pero el hermano menor insis- tió con que debían cumplir lo pedido por su padre. Los mayores comenza- ron a atacar verbal y físicamente al menor hasta que un hada madrina apareció y con un poderoso encan- tamiento hizo que dejaran tranquilo a su hermano. Entonces el hada, con un nuevo encantamiento, convirtió al menor de los hermanos en alguien parecido al ogro.

Mientras tanto, el ogro verdadero había recibido otro conjuro que lo dejó fuera de combate. El hermano menor, quien poseía fuerza extraor- dinaria, cortó la cabeza del ogro y, gracias a su parecido, pudo entrar en el castillo del ogro, hallar el Libro de los Misterios, y llevárselo.

Después de dar un buen susto a sus hermanos, el menor volvió a recuperar su hermoso aspecto original. Regresaron y presentaron el libro a su padre, de modo que todos se regocijaron y vivieron felices por siempre jamás… o al menos por un tiempo».

No hace falta demasiada perspicacia para reconocer que lo que Blount ha hecho aquí es modificar algunos datos para contarnos una versión fabulosa de los primeros capítulos de 1 Nefi. No es el propósito del presente escrito considerar al Libro de Mormón como un cuento de hadas, sino todo lo contrario: analizar cómo las historias tradicionales (que han sobrevivido milenios y se han depurado a través de distintos contactos culturales) pueden transformarse en eficaces herramientas de aprendizaje y en transmisores de valores afines a los de los santos de los últimos días.

Tomemos como caso testigo a lahistoria de «Los tres chanchitos» (quizás en otras regiones de habla hispana prefieran «Los tres cochinillos»). ¿No son los tres cerditos hermanos una buena forma de representar la hermandad latente de todo el género humano pero conservando la libertad moral de las elecciones individuales? ¿No abandonan su hogar (preexisten- cia) para enfrentar nuevas experiencias (vida mortal)? ¿No son las casitas de paja, ramas y ladrillos comparables a formas «telestiales», «terrestres» y «celestiales» de hacer las cosas? ¿No es acaso el Lobo una buena representación del mal o de las dificultades de la vida? ¿No hay un parentesco literario de su «soplaré y soplaré…» con el «…y vinieron ríos, y soplaron vientos…» de la «casa fundada en la roca» según la parábola dede Cristo?

¿No era el Salvador también un gran cuentista?

Es posible que entre algunos miembros de la Iglesia exista aún el rasgo farisaico de pensar que leyen- do las Escrituras del día a la noche y evitando todo otro tipo de «lecturas contaminadas» aseguraremos nuestra salvación.

Personalmente, me siento más có- modo con la pregunta y la respuesta de Brigham Young:

«»¿Deberé sentarme y leer la Biblia, el Libro de Mormón y el Libro de los Conveniostodoeltiempo?»,pregunta alguien. Sí, si lo deseas, y cuando hayas terminado, no serás otra cosa que un sectario. Es tu deber estudiar y cono- cer todo sobre la faz de la tierra, ade- más de leer esos libros. Deberíamos no sólo estudiar el bien y sus efectos sobre nuestra raza, sino también el mal y sus consecuencias» (B. Young, Journal of Discourses 2: 93-94).

Hay regiones del planeta donde los fundamentalismos han desterrado totalmente la fantasía. Quemas de libros. Escuelas con listas de obras prohibidas por hablar de magos, ha- das o dragones… En otros sitios, en cambio, la mentalidad práctica y cien- tificista los ha relegado al rincón de lectura para niños.

De los cuentos maravillosos

Si bien se ha impuesto el nombre de «cuentos de hadas» para referirse ge- néricamente a este tipo de historias, en muchos de ellas, probablemente en la mayoría, no encontramos hadas ni sus

equivalentes (genios, magos, hechice- ras). Sería más apropiado referirnos a ellos como «cuentos maravillosos». Si nos dedicáramos a rastrear su origen descubriríamos dos cosas. Primero: que son muy antiguos y provienen de culturas bastante alejadas de la occi- dental. Segundo: que no fueron escri- tos para los niños.

Analicemos otro ejemplo: La Ce- nicienta…

Varios de los motivos centrales del relato se remontan a la antigüedad clá- sica. La historia de Ródope (Rhodo- pis: la de mejillas rosadas) nos cuenta de una joven griega raptada por los piratas y vendida en Egipto. Ridiculi- zada y maltratada por sus compañeras de esclavitud debido a su diferencia étnica y belleza, terminará haciéndose amiga de los animales que conoce al lavar la ropa en el Nilo. En una de esas

ocasiones en que su sandalia se había mojado y la había dejado secando en la orilla, un halcón se la arrebató para depositarla en la barca del Faraón, quien, considerándolo un mensaje de Horus, envía emisarios por todo el im- perio para desposar a su propietaria.

Heródoto y Estrabón, entre otros, han hecho mención de la historia y la sitúan alrededor del 1500 antes de Cristo.

La versión china la ubica en el si- glo III a.C, aunque sus primeras for- mas escritas aparecen alrededor del 700 d.C.

Wu tiene dos esposas y una hija con cada una de ellas. Al fallecer la madre de la hija buena y hermosa, ésta queda al cuidado de la otra es- posa y su media hermana quienes la obligan a ser su sierva. Para aumentar sus sufrimientos la obligan a calzar zapatos muy pequeños y así recibirá el apodo de Ye Xian (Pies de Loto). Con la ayuda de un pez mágico, que es la reencarnación de su madre, terminará perdiendo un zapato de oro y casán- dose en un reino lejano. La pequeñez de los pies, un símbolo de belleza para los chinos, se trasladó también a las versiones europeas.

Se han hallado relatos equivalen- tes en otras culturas, incluyendo la de los indios Abenaki, en América del Norte.

El primer escritor occidental en re- gistrarla parece ser Giambattista Ba- sile, napolitano, con su Cenerentola (1634). Le siguieron el francés Char- les Perrault en sus Cuentos de Mamá Ganso y los hermanos alemanes Jacob y Wilhelm Grimm en su recopilación de cuentos tradicionales.

Cenicienta logra pasar todas las pruebas (¿iniciáticas?) que le imponen su madrastra y hermanastras sin per- der nunca la buena voluntad. Quizás

haya allí una reflexión sobre cómo es posible aprender de cada situación que nos ofrece la vida, ya sea agradable o no, hasta alcanzar una felicidad inte- rior de características espirituales. El personaje nos da varias lecciones so- bre la paciencia, la bondad y la virtud.

La invitación del rey de la comarca al baile en el que el príncipe heredero elegirá a su esposa, ha sido comparada con la oportunidad colectiva de elevar el espíritu y adquirir conocimiento, que está abierta a todos, aunque como lo declaran las Escrituras, «muchos son los llamados mas pocos los escogidos».

La joven se lamenta apesadumbra- da de su situación junto a las cenizas del hogar (símbolo común de la unión del cielo y la tierra) y obtendrá ayuda de las aves para separar el grano, que es una de sus tareas, y poder asistir al palacio (esta colaboración de los ani- males se repite en casi todas las histo- rias en las que hay un alma pura con necesidades). Luego acudirá a la tum- ba de su madre en busca de consuelo y allí será visitada por el hada madrina (de características angélicas y mater- nales) quien le ayudará a resolver la situación.

Por tres veces baila Cenicienta con el príncipe (el tema mítico de la acción realizada tres veces) y escapa antes de ser reconocida.

Desgraciadamente, muchas ver- siones fílmicas e ilustradas han desdi- bujado el relato original. Las herma- nastras no son necesariamente feas sino de «corazón duro y negro», lo cual nos ayudaría a comprender mejor que el mal no tiene siempre apariencia desagradable ni el bien es automáti- camente hermoso. Como las vírgenes insensatas, a último momento están dispuestas a cortarse los dedos de los pies con tal de calzarse el zapato, pero ya es tarde. También reciben un casti

go de parte de las palomas amigas de Cenicienta, dejando claro que existe una Ley de Retribución vigente.

En todos estos aspectos, y muchos otros, podemos aprender de los cuen- tos de hadas.

DE LAS LECTURAS SIMBÓLICAS

En estos relatos encontramos a me- nudo que los objetos físicos están im- buidos de un poder sobrenatural que permite a su poseedor realizar cosas extraordinarias. Tales objetos pueden tomar la forma de una espada, una es- coba, una capa o una varita mágica. Pero en las Escrituras también tene- mos objetos que dan poder: la Liaho- na, el urim y tumim, las piedras que brillan en la obscuridad de los barcos. Moisés utiliza su vara para provocar algunas de las plagas de Egipto y hacer brotar agua de la roca en Horeb.

En los cuentos hay dones, encan- tamientos y maleficios. En las Escri- turas hay bendiciones, maldiciones y ordenanzas.

En los cuentos hay hadas y genios buenos y malos. En las Escrituras hay ángeles y también demonios.

Si aprendemos a realizar una lec- tura simbólica y metafórica de los tex- tos descubriremos que ambos grupos están bastante emparentados entre sí.

Permítaseme profundizar un poco la idea. No andamos por el mundo buscando una barra de hierro para

S i e«

asirnos a ella y llegar a lugar seguro. En todos los discursos nos referimos a ella por su valor simbólico de repre- sentar la palabra de Dios. Lo mismo ocurre con la Liahona. No estoy dis- cutiendo su existencia histórica real. Digo que lo que les da valor en nues- tras vidas (ya que no podemos dispo- ner de tales objetos) es su uso simbóli- co. Si nos encontráramos un domingo a nuestro obispo con sus dos conse- jeros sosteniéndole las manos en alto durante toda la reunión sacramental para que reine la espiritualidad en la capilla, nos parecería extraño (y tal vez dejaríamos de asistir por algunas semanas o hasta el relevo del obis- pado…). La historia de Aarón y Hur sosteniendo los brazos de Moisés para que el pueblo de Israel prevaleciera sobre Amalec está acotada histórica- mente. No tenemos hoy ni la vara ni la batalla ni a los amalequitas. Pero, si seguimos el consejo de Nefi, apli- caremos todas las Escrituras a noso- tros mismos para nuestro provecho e instrucción (1 Nefi 19:23). Esto es: .

es daremos una interpretación simbó- lica. La más común que escuchamos en la Iglesia es que «así como Aarón y Hur sostuvieron a Moisés», del mismo modo, los consejeros y los miembros debemos sostener a nuestros líderes.

No hace falta negar la veracidad o la historicidad de los hechos. Simple- mente no nos ayudan demasiado si in- sistimos en conservarlos en su marco circunstancial.

En su Poética, Aristóteles afirma que la poesía es más elevada y filosó- fica que la historia, ya que la poesía tiende a expresar lo universal mientras que la historia, sólo lo particular.

El reverendo Larry Maze, hablan- do de la Biblia, ha dicho: «Nada quita más rápidamente el poder de los mitos que sustraerlo de las manos del artista y el poeta y entregarlo en las manos de aquellos que han sido entrenados para reportar sólo hechos».

Los cuentos tradicionales tam- bién deben ser leídos simbólicamente. Allí está su valor. Han sobrevivido a siglos, guerras, civilizaciones y dife

rentes ropajes. Porque algo tienen aún para decirnos…

En cierta manera, vivimos y res- piramos cuentos de hadas, o como lo declara enfáticamente Arthur Frank en su inspirador libro Letting Stories Breathe. A Socio-Narratology (Dejar respirar a los cuentos. Socionarratolo- gía), ellos tienen una vida propia, que luego nosotros personificamos.

«A través de los siglos (si no milenios), al ser repetidos una y otra vez, los cuentos se han ido refinando y han llegado a transmitir, al mismo tiem- po, sentidos evidentes y ocultos; han llegado a dirigirse simultáneamente a todos los niveles de la personalidad humana y a expresarse de un modo que alcanza la mente no educada del niño, así como la del adulto sofistica- do» (Bruno Bettelheim, Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas, Crítica, Barcelona, 1977, pág. 12).

Los más variados campos de es- tudio se han acercado a esta in- agotable fuente de valores sim- bólicos y la han enriquecido, así como se han enriquecido con ella.

«De hecho, la mayoría de los folcloris- tas y críticos literarios ha coincidido en gran medida en que el cuento de hadas surgió de las tradiciones ora- les y en que la historia de los tipos de cuentos relacionados con los de ha- das es muy compleja y no puede reducirse a explicaciones simples

o positivistas. La diversidad de enfoques académicos sobre los cuentos populares y de hadas ha enriquecido, en términos generales, los campos de la antropología, la literatura comparada, los estudios culturales, la literatura in- fantil, la psicología, la filosofía, entre otros. Si existe un género que ha cautivado la imaginación de todo tipo de gente en el mundo entero, este es, sin duda, el cuento de hadas. Sin embargo, aún nos resulta muy difí- cil comprender cómo surgió, evolucio- nó y se difundió, y por qué tiene un atractivo irresistible para tanta gente, independientemente de la forma que adopte» (Jack Zipes, El irresistible cuento de hadas, Fondo de Cultura Económica, 2014, Bs. Aires, pág. 13).

Algunos padres se quejan de que los cuen- tos tradicionales no pre- senten un mundo color de rosa. Preferirían que no hu- biese dragones, ni brujas, ni ogros, ni bosques tenebrosos. Pero la verdad es que, como nos enseñan las Escrituras, es necesaria una oposición en todas las cosas. Así es nuestra vida diaria.

«Por lo tanto, ya sean escritos, orales o cinematográficos, siempre han estado centrados en encontrar instrumentos mágicos, tecnología extraordinaria o personas y animales poderosos que les permitan a los protagonistas transfor- marse a sí mismos junto con el medio ambiente haciéndolo más apropiado para vivir en paz y satisfacción. Los cuentos de hadas comienzan con un conflicto, porque todos comenzamos nuestra vida con un conflicto. No es- tamos adaptados al mundo y debemos encontrar la manera de adaptarnos, adaptarnos a las demás personas; de-

bemos inventar o encontrar el método, a través de la comunicación, de satisfa- cer y resolver los deseos e instintos en conflicto» (Jack Zipes, op.cit., pág. 23).

¿Cómo podríamos hacer una lectura mormona de Blancanieves, por ejem- plo?… Es muy poco lo que sabemos de la protagonista en su etapa previa a ser echada del castillo y su vida privi- legiada. Tampoco sabemos demasiado sobre nuestra vida anterior, salvo la certeza de que somos príncipes y prin- cesas, hijos de un Rey.

Su destierro al peligroso bosque podría representar el pasaje a este mundo ‘solitario y triste’ luego de la Caída. Ese es el viaje que inicia Blan- canieves…

«El viaje en los cuentos de hadas hacia mundos inexplorados va en paralelo con el viaje interior. Así como el pro- tagonista viaja cada vez más profun- do en territorio prohibido, del mismo modo el lector es transportado hacia regiones inexploradas de sí mismo» (Sheldon Cashdon, The Witch Must Die: The Hidden Meaning of Fairy Tales, New York: Basic Books, 1999).

Ya sea que se lo considere viaje iniciá- tico, viaje interior, o encuentro con la necesaria oposición que desconocía hasta entonces, el hallazgo de la ca- baña en el bosque marcará un cambio en la peripecia. Diría Jean Servier en 1970:

«El tema de la cabaña iniciática no es absolutamente incomprensible pa- ra los occidentales; han guardado su recuerdo en las huellas de sus tradi- ciones. Es la cabaña del leñador de los cuentos de Europa, la cabaña del bosque hacia la cual, tomándose de la mano, se dirigen temblando Hansel y Gretel o Pulgarcito y sus siete herma-

nos. El ogro que los espera para devo- rarlos no es más que una versión del monstruo iniciático y del umbral que hay que franquear. Ellos se escapan siempre, luego de haber robado mis- teriosos tesoros, símbolos de las rique- zas inmateriales de la iniciación. Son entonces señores del espacio gracias a las botas de siete leguas, señores de los hombres gracias a la gallina de los huevos de oro, señores de lo invisible gracias a la llave secreta» (Eve Leone, El misterio feliz: los cuentos de hadas y la tradición universal, Editorial Tro- quel, Buenos Aires, 1991, pág. 76).

La jovencita de «cabellos negros como la noche, mejillas blancas como la nieve y labios rojos como la sangre» no encontrará allí ogresas ni brujas. Ella, como equivalente del peregrina- je de nuestra propia alma, hallará un lugar donde descansar, protegerse y desarrollar cualidades (¿nuestro hogar terrenal?). Conocerá a los siete enanos que la habitan. Su número, equivalen- te a los días de la semana, encierra la

lección del diario trabajo arduo al que se dedican con alegría. La condición para que se quede con ellos es que tra- baje también (‘con el sudor de tu frente comerás todos los días de tu vida’ nos dice ya el Génesis). Aprenderá algo de cada uno de ellos, por lo que se los po- dría relacionar con la actividad social de intercambio o con los dones del es- píritu. Sin embargo son figuras aniña- das e inocentes. No tienen esposas ni novias, lo cual indica que en un futuro

ella deberá encontrar una forma supe- rior de desarrollo.

Tras vencer las tentaciones (inten- tos de la perversa madrastra por des- truirla) encontrará el verdadero amor en los brazos del Príncipe, quien la lle- vará de regreso a su verdadero Hogar.

El sueño profundo, similar a la muerte, que antecede al encuentro y al beso, y que reaparece en «La bella durmiente» y otras historias, es tanto el preámbulo al encuentro del Amor como la promesa de una gloriosa re- surrección

¿Quién mejor que un santo de los últimos días podría entender la pro- fundidad y certeza del «vivieron feli- ces por siempre jamás»?

¿Deberemos enfrentar dragones? Sí. Joseph Campbell, el gran estudio- so de los mitos, pensaba que el dragón al que debemos matar está dentro de nosotros. Es nuestro ego. Campbell también nos regaló la siguiente re-

flexión:

«El mundo es buen oponente para no- sotros. Somos buenos oponentes para el mundo. Las oportunidades de en- contrar poderes más profundos dentro de nosotros aparecen cuando la vida parece más difícil. Negarse al dolor y a la ferocidad de la vida es negarse a la vida» (Joseph Campbell, Reflexiones sobre la vida, Ediciones Emecé, Bue- nos Aires, 2001).

Caperucita Roja debe recorrer los senderos del bosque (la vida) donde encuentra al lobo (los peligros y ace- chanzas de la mortalidad) mientras intenta visitar a su abuela (quizás la sabiduría de los ancestros). Es devora- da pero sin embargo sigue viviendo, y, gracias al cazador (la ayuda espiritual superior) que la libera, entra a un nue- vo nivel de conocimiento.

Pulgarcito es pequeño, como lo somos todos nosotros, pero igual en- frenta la aventura. Es ayudado por su propia valentía e inteligencia y, cuan- do ellas no alcanzan, por su padre.

«Tenemos la lección caballerosa de «Jack, el matador de gigantes», que nos dice que los gigantes tienen que matarse porque son gigantescos. Es una insubordinación activa en contra del orgullo como tal… Tenemos la lección de «Cenicienta» que es la mis- ma del Magnificat: exaltavit humiles (exaltó a los humildes). Nos encon- tramos asimismo la gran lección de «La bella y la bestia» que dice que una cosa ha de amarse antes de po- der amarla. Estoy interesado por una cierta manera de ver la vida que me proporcionaron los cuentos de hadas» (G. K. Chesterton, «La ética del País de las Maravillas» en Psicoanálisis de los cuentos de hadas, pág. 91).

El listado sería inagotable. Podemos encontrar aquellos que más nos agra- den. Desde los orientales de Las mil y una noches hasta las obras de autor como Peter Pan de Barry, la Alicia de Lewis Carroll o el Patito Feo de An- dersen. Lo importante es que no inten- temos explicar el cuento. Por su diseño comprobado puede penetrar tanto en nuestras regiones conscientes como in- conscientes. Guardémoslo en nuestro interior y dejémoslo actuar. Cuando lo necesitemos allí estará…

«La olla de la sopa, el caldero del cuento, no ha dejado de hervir nunca, y se han añadido nuevos elementos, sabrosos o no» J. R. R. Tolkien.

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