En los años sesenta del siglo pa- sado vivían en la Ribera de la Oliva, de Vejer de la Frontera, alrededor de la ermita y del ventorrillo Mota, un grupo de familias que se dedicaban al cultivo de las fértiles huertas que allí existían.
Los hijos de esas familias, algunos cerca de la edad de jubilación, nos volvimos a reunir cincuenta años después de que las circunstancias de la vida nos separaran.
Llegamos con cierta timidez, preguntándonos qué encontraríamos, para enseguida dejar atrás el paso de los años en nosotros y descubrir que esos niños seguían viviendo en nuestro interior.
Hace unos días, Gemma, el alma del reencuentro, compartió el siguiente pensamiento:
«Nuestro grupo nació de unos corazones añorando tiempos pasados y deseando encontrarse con los ami- gos de la niñez y la juventud».
Hay una foto de un grupo de ni- ños de la Oliva, en la que aparece mi hermana Lola en medio de la imagen, con cara de gran felicidad. Mi madre y yo aparecemos al fondo.
Me he emocionado al ver a esas caritas que nos miran a través del tiempo. Esos niños somos nosotros. Mirar directamente a esos ojos inocentes, sin maldad, de niños que solo quería jugar y ser felices, es un gran examen de conciencia, al preguntarnos ¿qué he hecho con ese niño?
Publicado originalmente en Calle Nicola: relatos y reflexiones, 2018.