Débora Loiza
Nahúm era un pastor que vivía en Belén. Su padre y su abuelo fueron pastores también.
El niño había nacido sordo y por eso todos se burlaban de él, creían que estaba loco.
A medida que fue creciendo veía que todos hablaban y gesticulaban, pero no entendía nada y se frustraba profundamente. Intentaba comunicarse, pero nadie comprendía lo que quería expresar. Trataba de deletrear lo que decían los demás al mirar sus labios, pero le resultaba imposible cuando eran muchos o no podía verlos. Entonces estallaba golpeando y tirando todo lo que encontraba a su paso.
Se refugiaba en su labor de pastor de ovejas. Ellas lo seguían y no se burlaban.
La noche que Jesús nació, él y su padre guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño con otros pastores de la región. De pronto todo se iluminó como si fuera mediodía. Ellos se asustaron al ver lo que parecía un fantasma que se movía hacia ellos.
Nahúm se quedó quieto mirando fijamente al ángel que les habló. Aunque no oyó nada sintió una gran paz y calidez en su corazón. Todos decidieron ir hacia un pesebre en un lugar cercano al pueblo. Al llegar vieron, entre los animales, a una joven y su esposo con un bebé recién nacido.
Los demás se arrodillaron en señal de reverencia. Nahúm se acercó a la improvisada cuna. La joven, que se llamaba María, le permitió alzar al pequeño que lo miró con ojos puros y amorosos. El pastorcito sintió que su corazón saltaba dentro de sí. Todo su ser temblaba de emoción. Acostó al bebé delicadamente y partió con sus compañeros.
Mientras caminaba guiando sus ovejas sintió algo extraño para él, le pareció oír un sonido muy dulce, como de ángeles. ¿Cómo era posible? Su padre lo miraba extrañado.
Nahúm descubrió que podía oír el balido de sus ovejas, el parloteo de los que estaban con él, la voz de su padre. ¡Un milagro! El pastorcito escuchaba perfectamente.
Comprendieron que era cierto lo que el ángel había anunciado con respecto al niño:
«ha nacido un Salvador».