Consuelo Gómez, nuestra propia poeta

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Gabriel González Núñez

Todas las literaturas tienen sus poetisas que surgen casi con el origen mismo de la cultura que luego las inmortaliza. Es así que las letras latinoamericanas, y las mexicanas en particular, evocan con orgullo a Sor Juana Inés de la Cruz. Posteriormente, en otras latitudes y otro idioma, las letras mormonas encontraron en Eliza R. Snow a su primera gran trovadora. Del cruce de esas dos tradiciones, la latinoamericana y la mormona, surge en México la primera gran poetisa mormona de habla hispana. Su nombre fue Consuelo Gómez González.

Consuelo Gómez nació el 18 de octubre de 1896. Aquel fue el año en que Porfirio Díaz asumía el poder en México por sexta vez y el territorio de Utah se convertía en el 45.º estado de Estados Unidos. La joven Consuelo se formó como maestra de escuela, obteniendo así las destrezas que le permitirían ganarse el pan el resto de sus días. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en el México de principios del siglo XX apenas comenzaba a existir.

Para mediados de la década del 20 había unos 2,500 miembros, concentrados principalmente en unas colonias estadounidenses en Chihuahua y en un grupo de ramas en el centro de México.

Consuelo Gómez se unió a la Iglesia en 1925, y fue una miembro influyente en la Rama de San Marcos, ubicada en el municipio de Pachuca, estado de Hidalgo. Su condición de maestra le permitió ser pionera de la educación en la Iglesia. En la década del 40, los santos de los últimos días de San Marcos fundaron una escuela primaria.

En 1946, para iniciar el año dos de dicha escuela, Consuelo Gómez fue contratada como maestra de segundo grado. Trabajó en la escuela, en cuya dirección también se desempeñó, hasta 1961 cuando la escuela fue absorbida por la Sociedad Educativa y Cultural que formó la Iglesia para administrar sus escuelas en México. Consuelo Gómez contaba entonces con 65 años de edad.

Más allá de sus labores como maestra, Consuelo Gómez se destacó como poeta sobre el evangelio. En 1937 publicó sus primeros versos en una revista de la Iglesia llamada El Atalaya de México o In Yaotlapixqui Ite- chpa Tenochtitlán. En la edición de febrero de ese año apareció el poema «La visión del Profeta», que es su primera composición de la que tenemos noticia.

A lo largo de las próximas tres décadas, Consuelo Gómez siguió contribuyendo regularmente su poesía a las revistas de la Iglesia, que cambiaban de nombre y consejo editorial, pero siempre incluían versos de aquella prolífica barda mormona.

Desde San Marcos, entre clases de escuela y reuniones de capilla, cantaba las virtudes de la Iglesia y sus líderes, escribía versos sobre niños y para niños y, también, expresaba la melancolía de su alma. Su último poema del que tenemos constancia fue publicado en la edición de septiembre de 1965 de la revista Liahona. Se llama «Testimonio», y es la melancólica mirada de una maestra que contempla en el «ocaso de la luz de la tarde» su labor, la cual presenta como ofrenda a Dios.

Además de lo que ofreció como maestra y poeta, Consuelo Gómez legó algo más a su Dios y nuestra historia. A lo largo de los años, fue coleccionando objetos relativos al desarrollo de la Iglesia en México. Murió sin haberse casado y sin hijos, por lo cual dejó esta histórica colección a su sobrino Fernando, quien años después la usara como la base del Museo del Mormonismo en México.

Esta singular figura falleció el 7 de enero de 1967. En la estela de su paso por este mundo, formó generaciones, resguardó la historia y creó una poesía que vuelve a resonar. Algún día, cuando se escriba la historia de las letras mormonas en castellano, se hará mención de una especie de Sor Juana Inés de la Cruz o Eliza R. Snow muy nuestra, de nuestra propia poeta, de Consuelo Gómez.


En la foto: Consuelo Gómez con sus alumnos.

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